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DUELO MIGRATORIO

24 de oct de 2024

13 min de lectura

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¿Regresarías a Venezuela? Es una pregunta que, durante los últimos años, se ha vuelto muy común dentro de la comunidad venezolana en el extranjero. 


Muchos me la hacen con frecuencia. Mi respuesta es siempre la misma: NO. 


Sin embargo, cuando sensibilizo mi pensar, una leve duda se acrecienta dentro de mí. Porque si bien es cierto que no quiero volver a vivir allí… no significa que no extrañe lo que dejé; lo que construí en aquel lugar, lo que aprendí de mi gente, lo que perdí al marcharme. 


Migramos motivados por la ilusión de una mejor vida, por la realización de un sueño, de un anhelo; lo hicimos sin detenernos a pensar en todo lo que dejamos atrás. Existe un sacrificio inconmensurable, imposible de medir, que hemos sido capaces de hacer para llegar hasta donde hemos llegado. 


De Maiquetía a Tocumen. Destino: Ciudad de Panamá

Mi historia como inmigrante comenzó en julio de 2015. Destino: Ciudad de Panamá.

 Una sutil ilusión me alegraba, mientras empacaba mi vida en un par de maletas: la idea de un nuevo comienzo. Sin embargo, dejar a mi familia, a mi mamá, a mi hermano, a mis mejores amigas y al resto de los míos, me desconsolaba hasta el hastío. Dejaba mi departamento en la ciudad de Lechería, a la orilla del mar, que había adquirido producto de cinco años de esfuerzos. Ahora no tenía idea de cuándo volvería a dormir en él. 


Renunciaba a mi profesión, a mis raíces, a mi cultura, a mi idiosincrasia para adentrarme poco a poco en otra. Porque de eso también se trata: de ser capaces de adaptarnos al lugar que nos acoge, sin perder nuestra esencia. 


Una tarde calurosa partí de Venezuela. Un vuelo directo me llevó del Aeropuerto Internacional de Maiquetía al Istmo panameño. Me envolvía una profunda tristeza disfrazada con un falso entusiasmo. Mi familia estuvo conmigo para despedirse, sin saber siquiera cuándo volveríamos a vernos. ¡Vaya que fue duro aquel momento! Aunque me embarcaba con mi novia, Andrea, en esta aventura, no dejaba de ser un viaje agridulce. 


Llegamos al Aeropuerto de Tocumen con renovadas energías. Los primeros días estuvieron cargados de ansiedad. No teníamos un plan, no sabíamos por dónde empezar. No teníamos siquiera a alguien que pudiera apoyarnos durante la transición.


Lo único que teníamos seguro era el techo. A decir verdad, significaba muchísimo. Mi cuñado nos rentó su departamento a un precio razonable. Pero si no encontrábamos trabajo pronto, se desvanecerían en pocos meses los irrisorios ahorros que teníamos. 


Comencé por preparar mi Currículo Vitae. Busqué trabajo en diferentes lugares, recorriendo cada palmo de la capital panameña. Envié cientos de aplicaciones por internet. Pero sin papeles, la búsqueda era inútil. Decidimos comenzar estudios de postgrado para obtener un estatus legal que nos permitiera permanecer en el país sin temor a ser deportadas. Sin embargo, luego de cuatro meses sin obtener ingresos, la idea de regresar se hizo imperiosa. 


Afortunadamente, gracias a una amiga, conseguí mi primer trabajo. Aunque era decente, el salario apenas me permitía pagar la renta y comprar comida. Pero era mejor que nada. 


Un par de semanas después, mi mejor amigo me hizo una excelente oferta por mi departamento en Venezuela. Conversé con mi pareja al respecto. Tenía sentimientos encontrados. Se trataba de mi único patrimonio: no estaba segura si venderlo era la mejor decisión.


Mi amor, ¿crees que sea buena idea vender el apartamento? le pregunté a Andrea, mi pareja. 

¡Claro, mi vida! Esta es una gran oportunidad para salir adelante en este país. Podríamos emprender algún negocio. Así no tendríamos que volver a Venezuela replicó ella, segura de lo que decía. 


Pues, sí. Tal vez tengas razón respondí no muy convencida. Era la única opción que teníamos para salir adelante sin contratiempos. Andrea aún no tenía un empleo y con lo que yo ganaba apenas alcanzaba para sobrevivir. 


Así que accedí a vender mi única posesión. Cuando el dinero llegó a mi cuenta, sentí un alivio profundo. Nuestra situación mejoraría, pensé. No obstante, luego de la transacción, se concatenaron una serie de infortunios financieros que, a la postre, se manifestaron en sinsabores personales. El desconocimiento del dinero nos llevó a tomar muchas decisiones desacertadas, que se convirtieron en ansiedades, angustias y frustraciones. 


Nuestra primera idea de negocio fue adquirir una franquicia de pop corn en un centro comercial. Después de unos meses, nos percatamos de nuestra equivocación. La inexperiencia nos llevó directo al primer fracaso. Además, tuvimos que enfrentarnos duramente con los dueños de la franquicia, que incluyeron acciones legales porque el negocio generaba pérdidas. No era, ni de cerca, lo que nos habían vendido. 


Aún con la desazón del primer revés, decidimos emprender una nueva aventura: iniciamos un proyecto de transporte de pasajeros que tampoco rindió frutos. Lo mismo sucedió con una app que quisimos desarrollar… 


Todo lo que ambicionábamos parecía estar destinado a la desgracia. 

Con cada intento de inversión, el saldo de nuestra cuenta bancaria disminuía dramáticamente. Veía cómo se esfumaba el dinero de lo único que había tenido en mi vida. En un abrir y cerrar de ojos adquirimos deudas que no paraban de crecer. Ante los fiascos, nuestra relación comenzó a parecerse a nuestros fallidos intentos de negocio. Al mermar el dinero, comenzaron a agudizarse los problemas de pareja. Es como dice el refrán: cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. De hecho, son muchas las parejas que se divorcian luego de haber migrado.  Es una estadística desafortunada. 


En el fondo responsabilizaba a mi novia por cada mala decisión que tomábamos porque, sin darme cuenta, dejaba que ella se encargara de todo. En el fondo, tal vez quería que sintiera que ese dinero era de ambas, no sólo mío. Pese a sus muchas cualidades, en esos momentos, para mí, solo contaban sus desaciertos, sus errores, sus equivocaciones. Nada más. Aunque yo también tenía injerencia directa en cada una de nuestras pifias, nunca quise reconocerlo. Una actitud sin duda, egoísta de mi parte, porque en lugar de solucionar lo que estaba mal, siempre era más sencillo culparla. Una relación no es unilateral. Así que debía ser valiente para asumir la responsabilidad compartida durante el caos, pero preferí ser cobarde, librándome de la culpa señalándola a ella, sin reconocer siquiera, que al menos intentaba conseguir mejores resultados para nosotras. 


Nuestra relación dejó de ser la que un día fue. Lo que nos había unido, ahora nos separaba. Nos habíamos transformado en la peor versión de nosotras mismas. Parecíamos tener otros intereses, otros sueños. Habíamos cambiado. Nos amábamos tanto hacía apenas un año… pero ahora habíamos dejado de reconocernos. El sentimiento estaba casi extinto.  No obstante, muy a pesar de todo, fuimos capaces de hallar la fuerza necesaria para adaptarnos, para fortalecernos con cada desafío y seguir juntas en medio de la tormenta.


Fueron tiempos muy duros, colmados de incertidumbre, congoja, zozobra. Le teníamos miedo al mañana. No teníamos certeza de nada. Era como dar vueltas en círculos. Por mucho que lo intentáramos, siempre terminábamos en el mismo sitio. Además, la diáspora de nuestros paisanos en Panamá se había incrementado al mismo ritmo que la xenofobia hacia nuestro gentilicio. Había marchas en contra de nosotros, “No más arepas, no más tequeños” clamaban las pancartas. Tuve que disimular mi venezolanidad, eliminar la palabra chévere de mi vocabulario, renunciar a nuestra espontánea forma de ser y sentir para no ofender a otros. No éramos bienvenidos allí. Era desolador, humillante. 


Además de lidiar con estos actos de hostilidad, nos enfrentábamos a la invisibilidad, tenía que ocultar a mi novia, al menos públicamente. En un país donde nuestra relación no era comprendida o aceptada, nos vimos obligadas a ocultar una parte esencial de nosotras. 


Para quienes nos conocían solo éramos “las primas” porque la idea de ser juzgadas doblemente en Panamá, es decir, venezolanas y “queers”, ya era sin duda demasiado para ser consentido. Recuerdo incluso, cuando una tarde lluviosa, ella y yo, caminábamos abrazadas bajo una sombrilla para evitar mojarnos cuando un hombre nos gritó “Malditas Lesbianas”. Ambas enmudecimos al instante. Sentíamos miedo ante la intolerancia evidente. Pero Panamá nos enseñó a resistir, a luchar por nuestra identidad.


Luego de dos años, lo más valioso que nos dejó el país centroamericano, además de una Maestría en Business y Marketing que logramos concluir,  fue los buenos  amigos que pudimos hacer mientras cursábamos el Postgrado, conocimos paisanos increíbles y panameños amables. 


Por eso, antes de que se acabaran los recursos que aún teníamos, decidimos partir hacia Norteamérica en busca de una segunda oportunidad… o más bien, de una tercera. Ojalá fuera la de la victoria.


En busca del sueño americano

Una vez más, empacábamos nuestras vidas en una valija para abrirnos camino en tierras foráneas. Pero en esta ocasión éramos más fuertes, más valientes, más audaces. Al menos, teníamos cierta noción a lo que nos enfrentaríamos. La aprensión había menguado.


Partimos desde el Aeropuerto de Tocumen hacia la ciudad de Miami con una nueva esperanza. Florida es el estado de acogida de la mayoría de los paisanos. La comunidad venezolana supera los 400 mil habitantes en la Caracas de los Estados Unidos, como la llaman ahora. Allí, el español es la lengua predominante. Tanto en Miami como en los condados vecinos muchas cosas me recordaban a mi tierra: la gastronomía, la manera de hablar, las marcas de los productos, la forma de relacionarse de las personas… era inverosímil. Llegué a preguntarme si de verdad me hallaba en los Estados Unidos de América. 


Los primeros días procuramos tomarlos con calma. Disfrutamos un poco de la ciudad. Pero, una semana después, la angustia volvió a hacerse parte de nosotras. No encontrábamos trabajo. Estábamos gastando el poco dinero que teníamos. No hallábamos a alguien que nos ayudara a insertarnos en el mercado laboral. Recibimos apoyo de algunos allegados que nos ofrecieron hospedaje por unos días; no obstante, seguíamos nadando en el escepticismo. 


Incluso, recuerdo un día en el que un conocido de mi pareja, en su intento por ayudarnos a encontrar trabajo, nos llevó a entrevistarnos con un individuo que a simple vista no era de fiar. Me sentía como en esas telenovelas colombianas, en las que mujeres desfilan ante infames mafiosos. 


Desesperada, llamaba todas las noches a mi hermano. Desahogaba con él mi pesadumbre, mi desdicha. Él me exhortaba, de modo incisivo, para que lo siguiera intentando. Me alentaba para no me diera por vencida. Un día, después de escuchar mis quejas, me indicó que Miami no era el sitio correcto para Andrea y para mí. 


Hermana, el país es muy grande. ¿Por qué no pruebas en alguna otra ciudad? ¿Por qué no lo intentas en Chicago o Nueva York?

No, Frank, me voy a devolver a Venezuela. No quiero seguir pasando trabajo aquí. ¡Esto es una maldita mierda! le dije entre sollozos.

Gorda, cálmate. Piensa con frialdad, pero por favor no te devuelvas contestó él. 

Después de hablar con mi hermano, hablé con Andrea: ella no estaba dispuesta a irse. Quería que lo intentáramos en algún otro lugar. 


Al día siguiente, luego de un mes en Florida, tomamos la decisión de irnos a Nueva York. Sin embargo, cuando estábamos preparadas para partir a la Gran Manzana, recibí una llamada que cambiaría mi vida. 


Prima, ¿cómo estás? Es Iván. Supe por tu hermano que estás en Miami. 

Hola primo, estoy bien… dentro de lo que cabe. 

¿Qué haces allá? Esa no es la mejor opción para comenzar. Yo estoy en Columbus, Ohio. ¿Por qué no subes con Andrea? Te puedes quedar con nosotros un par de meses. Te puedo conseguir trabajo apenas llegues en la misma empresa donde estoy. 

¿Hablas en serio? pregunté con suspicacia. 

Sí, claro, prima. Vénganse. Aquí las vamos a apoyar dijo él. 

¡Buenísimo! Hablaré con Andrea para comprar boletos lo antes posible e irnos repliqué. 

Acá las espero. Te enviaré por WhatsApp mi dirección, el aeropuerto al que debes llegar… en fin, todo lo que necesitas saber —explicó él. 

Muchísimas gracias, no sabes lo que esto significa para mí respondí con un nudo en la garganta. 

Acá las esperamos. Sólo avísame el día en que vienen para buscarlas al aeropuerto concluyó.  


¡Dios mío! No lo podía creer. Por fin, alguien estaba dispuesto a ayudarnos. Me sentí aliviada con esa llamada. Alguien de mi familia tenía al menos la intención de acogernos en este país extraño, tan lejos de los míos. A Andrea todo le pareció una increíble idea. 


El encanto de Columbus no es el de Nueva York

Compramos al día siguiente los boletos de avión rumbo a Columbus, Ohio. Mi primo, me había enviado las coordenadas. Al llegar al aeropuerto John Glenn, él ya nos esperaba en su auto. Cuando llegamos a su casa, nos sentimos como en la nuestra. Nos recibieron cálidamente. Nos hicieron sentir parte de su familia. 


Efectivamente, tal como había dicho cuando hablamos por teléfono, tres días después estábamos trabajando con ellos. En la práctica, llevaba dos años sin un trabajo formal, así que estaba feliz. Por otra parte, debo admitir, que mi ego hizo de las suyas, obviamente my new job, no tenía nada que ver con mi carrera. Por el contrario, tuve que olvidarme de quien fui, de lo que había estudiado durante años. Nuestra nueva labor, era empacar lociones y perfumes en una fábrica, en la que pasábamos largas jornadas de pie que se traducían hasta en 60 horas semanales de afán. Regresábamos a casa extenuadas, con el cuerpo apesadumbrado, las manos tumefactas, hasta el pensamiento yacía afligido. Digno, sí. Gratificante, no. 


Recuerdo claramente, unas palabras de mi pareja, con cierto grado de premonición que se quedaron mucho tiempo en mi cabeza: Mi amor, no tenemos otra opción. Todo mejorará pronto, te lo prometo, fue como si sencillamente supiera perfectamente lo que pasaría, porque tuvo razón. Cuando recibimos nuestro primer cheque, fue como ver el arcoíris después de la tormenta. 


Esta experiencia me hizo más humilde. Resiliente. Me enseñó el valor del trabajo. Gracias a esta oportunidad salimos adelante en una nueva ciudad. En poco tiempo, tomaron en cuenta nuestras habilidades y fuimos promovidas a mejores posiciones, con mayor salario. Me convertí en Líder de Producción y Andrea en Control de Calidad. Ante la mejora evidente de las circunstancias, pude traerme a mi hermano semanas después.

Ahora éramos mi hermano, mi novia y yo. Comenzamos a hacernos independientes. Paulatinamente, el sobresalto se convirtió en el inicio de cierta serenidad que no había sentido desde que dejé mi país. Mamá se sumó a la hazaña estadounidense. 


Nos mudamos a una nueva casa. Columbus se convirtió en nuestro nuevo hogar. No era precisamente una urbe como Nueva York, Chicago, Miami o Los Ángeles, pero era encantadora, aunque con un invierno implacable y una barrera idiomática. Pensaba ilusamente que tenía dominio de la lengua inglesa, porque años atrás había cursado estudios en Londres, pero la vida se encargó de mostrarme que era tan anodino como el de un niño en maternal. Sin embargo, ante el inevitable contacto con los locales de Ohio, mi comunicación se hizo más fluida. 


No obstante, hubo algunos episodios que inquietaron nuestro sosiego. Cierta mañana, a las cinco, paleábamos la nieve antes de salir a trabajar: un pequeño detalle que debíamos solucionar cada amanecer, antes de presentarnos a la fábrica a las 6. De pronto, sin razón aparente, un individuo hizo gala de su odio hacia nosotros y ofendió a mi hermano con violentos improperios. El victimario sacó un cuchillo, amenazándolo con hacerle daño si se le acercaba. Afortunadamente, los venezolanos éramos mas y entre varios lo cercamos. Llamamos rápidamente a Recursos Humanos, quienes tomaron cartas en el asunto. El hombre fue puesto a orden de la policía. 


Otro día, Andrea le pidió a cierto trabajador que realizara su labor, siguiendo los criterios de calidad establecidos en la fábrica.  El hombre se molestó y quiso confrontarla de manera violenta, una situación que hubiera tenido fuertes consecuencias si no hubiese intervenido a tiempo el personal de seguridad de la compañía. 


Tras un año de labores en la fábrica, tuve la oportunidad de forjarme una nueva carrera, a través de un amigo. Me habló sobre una oportunidad para ser Reclutadora en una Agencia de Empleos, no necesitaba experiencia porque la empresa ofrecía el entrenamiento, solo debía ser bilingüe. Mi Inglés había mejorado considerablemente para ese momento. Sin embargo, no tenía un Curriculum Vitae, no tenía idea de cómo hacerlo y qué información debía colocar allí. Así que contraté los servicios de expertos para hacer uno y crear mi perfil de LinkedIn también para potenciar mis habilidades. Así que luego de hacer un par de entrevistas, me dieron el trabajo. 


De esa manera, mi carrera profesional tomó un mejor rumbo. Era la oportunidad que buscaba para insertarme en el mercado profesional estadounidense. Luego de un tiempo, conseguí mejores chances. Conocí gente maravillosa, a mi mentora, Mimi Wang, una brillante mujer de origen asiático, que comenzó siento mi jefa y luego mi amiga. Hasta que el trabajo de mis sueños tocó mi puerta, recibí un mensaje en mi perfil de LinkedIn que enunciaba en inglés, lo siguiente: 


Hola, Astrid:

¡Espero que estés bien! Mi nombre es Clarissa Yang, y dirijo la contratación de recursos humanos aquí en Nike. Me comunico contigo porque tuve la suerte de encontrar tu perfil y creo que tu experiencia se alinea estrechamente con la oportunidad de Reclutador de Territorio que tenemos en nuestro equipo Global TA Retail, cubriendo nuestra región central. Esta persona gestionará el reclutamiento de ciclo completo para nuestras tiendas minoristas de Nike, identificando talentos de liderazgo fuerte y colaborando estrechamente con los gerentes de contratación mientras continuamos acelerando el crecimiento de nuestras tiendas en EE. UU.

Si estás interesada, por favor indícame tu disponibilidad para programar un tiempo para conectarnos, ya que me encantaría compartir más información sobre este rol y nuestros atractivos beneficios en Nike. Si no estás interesada en este momento, ¿quizás conozcas a alguien dentro de tu red que tenga una experiencia similar a la tuya? ¡Espero con interés tu respuesta!

Clarissa YangReclutadora Principal, HR4HR, Adquisición de Talento | NIKE, Inc.


Yo leí el mensaje más de 10 veces, porque sencillamente no lo podría creer. Nike era una de las empresas más importantes y reconocidas del mundo. Un ícono del deporte. Generalmente son empresas que atraen a miles de candidatos cada año y yo tenía la fortuna de recibir este mensaje. Así que respondí sin pensarlo y comenzó mi proceso de reclutamiento. Luego de 4 entrevistas, recibí la tan anhelada oferta, pero no todo fue color de rosa, porque parecía que todo en el exterior era un bendito peregrinar.


Durante el proceso, yo tenía mi permiso de trabajo vencido, que esperaba desde hace un año, porque los procesos migratorios en Estados Unidos se habían dilatado por la ola de extranjeros que querían hacer vida en el país. Solo contaba con un papel que validaba una prórroga extendida de 18 meses, mientras llegaba el nuevo documento. Afortunadamente, la empresa aceptó la documentación que tenía en ese momento y desde el 5 de Julio de 2022 logré mi “dream job” en Nike. 


Mi vida continuó. Busqué un terapeuta para aliviar el duelo migratorio y todo el peso que eso conlleva. Me asenté profesionalmente y me hice autora autopublicada con mi primer libro de cuentos góticos, “Una noche en el Distrito Rojo”. Mi relación con Andrea ahora está en un receso, nos hemos separado. Hay algunas heridas abiertas, que están en proceso de sanación. 


Así que luego de nueve años en el exterior, siete de vivir en Ohio, con un refinado inglés, un empleo remoto, mi familia conmigo y metas preconcebidas, advierto en mí el final de la conmoción. Lo único pendiente, sería la aprobación de mi Asilo Político, al que optamos en Estados Unidos la mayoría de los paisanos que huimos de la adversidad revolucionaria. Y aunque todavía no puedo evitar sentir una ligera inquietud ante la incertidumbre de una estancia permanente en tierras estadounidenses, mamá se ha encargado de consolar el sentimiento, repitiéndome a diario que Dios tiene un plan perfecto para mí. Generalmente, las madres nunca se equivocan, así que confío enteramente en sus palabras.  


 No obstante, siempre me dolerá haber perdido mi lengua, mi cultura… esa familia colmada de tíos, primos y los buenos amigos que hace un tiempo no he vuelto a ver. También me dolerá el estatus, porque siempre seré una inmigrante, una forastera, aún cuando pueda en un futuro naturalizarme.


Me afligirá haber perdido el contacto con los míos, con mi tierra. Me invadirá incluso esa ridícula sensación de estar atrapada en el extranjero, ese duro duelo migratorio y la pena que conlleva. 


Dejé Venezuela porque quería huir de la miseria, de la inseguridad que mató a mi padre cuando yo apenas era una adolescente, del hambre, del hacinamiento, de la falta de oportunidades para vivir. Porque quería tener una existencia digna. Quería dejar de sentir miedo al volver a casa. Y aunque el costo es incalculable, les aseguro que valió la pena. 


Pero siempre añoraré ese paisaje, esa forma de ser, esas memorias… esa realidad que se desvaneció desde el preciso instante en que partí de mi amada Venezuela.

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